La familia en tiempo de crisis

Por : Juan Pablo Cruz Alvizo

Twitter: @jpcruzalvizo

imagen tomada de gustavozepedateg.wordpress.com

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Recordaba en estos días el VI Encuentro Mundial de las Familias en enero de 2009 y pensaba en tres cosas importantes que dejó este encuentro: Primero, es necesario recuperar los espacios perdidos en la sociedad, especialmente entre aquellos en los  que hemos perdido credibilidad como Iglesia. Segundo, urge privilegiar el modelo de familia tradicional, que no monopolizarlo, a pesar de la gran variedad de formas de organización que proliferan ya en nuestro entorno; y tercero, tenemos que recuperar los valores humanos y cristianos que, incluso los mismos cristianos hemos ido dejando en el clóset y que tenemos que “desempolvar”.

            Cuando digo que hay que recuperar espacios no me refiero a ser nuevamente una sociedad homogénea de fieles católicos. En nuestros tiempos, esto sería iluso y ensoñador. Lo que quiero expresar con esto, es que cuando en nuestro país, uno de los más católicos del mundo, tuvimos un evento de esta naturaleza; no faltaron las voces que se levantaron al grito de: “Nos están robando la soberanía” y “Nos quieren abolir el estado laico”.

Todo esto se dió como una reacción a la defensa que la Iglesia hizo de la vida en contraposición con las propuestas de aborto y eutanasia en el Distrito Federal, específicamente, y también por el tema de las sociedades de convivencia tan traídas y llevadas en tiempos no muy lejanos.

Los “librepensadores” y radicales anti-clero y anti- Iglesia, no se hicieron esperar en reacciones violentas por considerar a la Iglesia como retrógrada y pisoteadora de los Derechos Humanos.

De aquí que sea de vital importancia que nos acerquemos a nuestra sociedad para responder a las interrogantes que nos hacen, a través del diálogo, en un ambiente de mutuo respeto y acompañado de una verdadera coherencia, que les de la seguridad que no les damos a conocer la verdad de una Institución, sino la Verdad de una persona que es Jesucristo, el verdadero liberador del pecado y de la opresión de los Derechos Humanos.

En este sentido me parece muy iluminador cuando Monseñor Felipe Arizmendi, obispo de San Cristóbal de las Casas, expuso, ante quienes seguían  pensando que es anacrónico el modelo de familia de Padre, Madre e hijos: “La Iglesia no inventa un modelo de familia, sólo propone el que Dios mismo ha mostrado desde el principio de los tiempos. Intentar modificarle a Dios sus planes es pretender ser nuevos dioses. Respetamos la libertad de quienes piensan distinto, aunque les advertimos los daños que pueden sufrir; pero que respeten nuestro derecho a proclamar también la verdad de Dios” (La jornada p. 39 21 de enero de 2009). ¿No es este un verdadero ejemplo de cómo nuestra Iglesia puede dialogar con respeto, autoridad y verdad ante quienes piensan distinto?

Por otro lado, para muchos es difícil hablar en el ámbito eclesial de la familia, pues, al parecer hay una especie de monopolización de parte del clero y la vida religiosa y le damos un sobre valor a dichas vocaciones, mientras que la vocación del matrimonio y de la familia  muchas veces queda relegada al último lugar.

Tal parece que nos olvidamos que si le echamos cuentas hay mayor número de familias en nuestras comunidades que vocaciones religiosas y sacerdotales, por lo que nuestros esfuerzos deben ir a favor de las “mayorías”, sin dejar de lado estas vocaciones específicas.

Hace algún tiempo escuché a un sacerdote mencionar que su prioridad pastoral son las familias tradicionales, y me dejó pensando en aquella frase de Jesús: “No son los sanos los que necesitan médico, sino los enfermos” (Lc. 5,31), es decir, me parece que es importante atender a las familias tradicionales, sin embargo, en primera instancia, generalmente los hijos de esa familia generarán familias tradicionales, pero es más probable que los miembros de familias disfuncionales estén más propensos a generar familias disfuncionales.

Entonces, ¿Quién atenderá estas familias? ¿Cómo evitaremos que se siga repitiendo este círculo vicioso? Esto nos trae consigo la urgencia de crear estructuras pastorales para atender estas familias, perder el miedo a las cosas nuevas. Tenemos que ir, como nos lo recuerdan los obispos latinoamericanos, a los más alejados (DA 199), y ¿Quiénes más alejados que los que viven en el error, ya sea por ignorancia, ya por las diversas circunstancias de la vida?

Por último, es el momento de recuperar los valores humanos y cristianos, y qué mejor lugar para cultivarlos que la familia, pues es un espacio donde debe proliferar el amor y la enseñanza.

Lamentablemente nuestras familias se ven cada día más amenazadas por ideologías, tendencias y diversos desafíos que tienen que esquivar para no verse afectadas, sin embargo también el ritmo de vida es tan vertiginoso, que nos encontramos con familias, que aunque viven juntos, se ven poco por los diversos horarios de trabajo y escuela.

Pero no podemos dejarnos abatir por las adversidades, antes bien hay que mirar el futuro con esperanza, al fin y al cabo es una de las virtudes que nos caracterizan especialmente a los cristianos y es uno de los valores que hay que potenciar en nuestras familias a través de la formación y especialmente en los cursos prematrimoniales, para que los futuros contrayentes se den cuenta de la magnitud del compromiso que adquieren y que adquirimos toda la Iglesia junto con ellos.

Podemos aprovechar ocasiones como el día de la familia o campañas publicitarias ya existentes para reforzar la vivencia de los valores en las familias, así como los cursos catequéticos de Padres de  familia y de los mismos niños.

La familia es en fin, un abanico de posibilidades para reactivar nuestra a veces anquilosada pastoral, pero además, podemos decir, el motor que puede mover a la gran maquinaria que es la Iglesia, sólo falta que le demos su lugar, que nos preocupemos por formar verdaderas familias, que estén  realmente comprometidas con la Iglesia y con el anuncio del Reino.

P. D. ¡Viva la familia!

jpcruzalvizo@hotmail.com