Escribe: Gabriel Ignacio Verduzco Argüelles
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Al padre Gofo lo conocí hace 18 años cuando él estaba en la prepa y yo había concluido los estudios de Filosofía en el seminario de Monterrey. El año escolar 95-96 lo vivimos juntos, pues yo era su prefecto de disciplina y su profesor en el segundo año de bachillerato en la entonces escuela Julieta Dávila, a la que asistían los seminaristas a cursar la secundaria o la prepa.
Recuerdo que al Gofo, porque ya en esas fechas le decían sus compañeros así, le gustaba jugar futbol como portero, leía todo lo que caía en sus manos y tenía su escritorio decorado con afiches del Che Guevara y con fotografías del movimiento estudiantil del 68, muy diferente a sus demás compañeros seminaristas que tenían cromos y estampas de Jesús, de la Virgen María o de algún santo.
Después de ese año escolar, volvimos a coincidir en el 2003 cuando ya él estudiaba teología y yo era profesor de teología en el Seminario Mayor. El Gofo que yo había conocido obviamente había cambiado, pero su conciencia social se había agudizado. Sin embargo su honestidad y sinceridad siempre fueron de sus virtudes dominantes. Un día comentó que había decidido vestirse de negro, pues así se evitaba problemas de «modas», de formalidades y no le resultaba gravoso económicamente a su familia. Con el tiempo, esto sería motivo para que lo acusaran ¡hasta de satánico!
El estudio de la filosofía y de la teología lo volvieron un hombre crítico, que se cuestionaba muchas cosas de su entorno social, familiar y religioso. Es claro que el seminario le había enseñado a pensar y la teología lo estaba haciendo más sensible a que esa inquietud por la justicia estuviera alimentada por el Evangelio.
Tengo muy presente que leímos dos textos en su grupo de teología –que apenas tenía tres estudiantes, todos sacerdotes ya- que les inquietaron de modo especial: La imaginación profética, de Walter Brueggemann y la Espiritualidad de la Liberación, de Pedro Casaldáliga y J. M. Vigil. Estos libros insisten en dos actitudes fundamentales que debe vivir intensamente todo cristiano que se precie de serlo: el pathos de Jesús de Nazaret y la Indignación profética.
El pathos (en griego es la palabra que implica la mezcla del sentimiento-actitud, y no una emoción superficial) es esa forma de sentir en las entrañas el dolor y la injusticia del otro, pero también sus esperanzas y sus anhelos más profundos, y que fue la característica peculiar que Jesús vivió y por la cual murió.
La indignación profética, por su parte, es la actitud del cristiano que lo hace un creyente no acomodado, es decir, que se da cuenta que la tarea del Reino le exige denunciar, con sus palabras, pero especialmente con su forma de vivir, de actuar y de pensar, que el amor siempre es posible, que la violencia, la injusticia y la exclusión no pueden ser la última palabra sobre los seres humanos.
Con el paso de los años, estos seminaristas son ahora sacerdotes que no dudan en dar a su ministerio un carácter político, en el sentido evangélico de la expresión, y no solamente están «encerrados en la sacristía», como quisieran muchos.
Pues bien, estas dos cosas son las que yo descubro en el ahora polémico padre Gofo: una cercanía con grupos sociales a los que la iglesia no ha sabido llegar –ni responder como institución- como a los que él se ha acercado cuando los acompañaba en «La Gruta», en el centro de Saltillo y que asistieron con sus rostros maquillados y con pancartas a su ordenación sacerdotal ante el espanto de muchos otros curas.
Su participación activa en grupos de denuncia social para exigir transparencia, honestidad y justicia, su gusto por la literatura, la poesía y el cine, medios que el Magisterio de la Iglesia ha recomendado para evangelizar, lo hacen un sacerdote diferente. Y quizá por eso molesto e incomprendido por muchos, incluso sus hermanos de ministerio.
Los acontecimientos que ha vivido en los últimos meses le han sido difíciles. Pero tengo la firme esperanza que el rostro de Jesús, que como sacerdote también él encarna, habrá de mostrarse claro y sereno ante los hombres. Que al fin, al mismo Jesús las autoridades políticas y religiosas de su tiempo lo acusaron de muchas cosas.
También creo que otro mundo es posible y que la esperanza es verdadera.
Comentarios a: gabrioignaz@yahoo.com
*(Texto tomado de infonor.com.mx)